Érase una vez un tiempo de guerra. Érase un nazi en busca de wolframio, y una joven gallega que lo vendía de manera ilegal. Érase un amor apasionado, truncado pero nunca olvidado, y érase una escritora que setenta años después, se dará de bruces con sus huellas en un rincón de la Ribera Sacra. Alicia se encuentra en Roma. Su hermana la ha citado allí sin decirle el motivo. Mientras lo descubre, deambulando por las calles de la ciudad eterna, recordará y tratará de escribir la historia de Rosa y Albretch; una historia en la que dos años antes se acabaría viendo ineludiblemente involucrada, tras el hallazgo de una avioneta de la Segunda Guerra Mundial cerca de su casa familiar, situada en la pequeña aldea de Hortás. A caballo entre una Roma actual y una Ribera Sacra en dos momentos de su historia, galopa nuestra protagonista derribando las barreras invisibles que acabaron con la esperanza de quienes una vez se amaron de verdad. La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes, así como el ritmo basado en la integración hábil de la misma voz narrativa, una desde el presente, y las otras desde dos momentos diferentes del pasado, supondrán el acierto más rotundo de esta novela que reivindica, por encima de todo, la maravillosa aventura de vivir. Porque hay historias que merecen ser desenterradas a pesar del tiempo y la distancia, y porque hay novelas que merecen ser escritas para contarlas.
